Nací en 1837, gracias al arquitecto Juan Daura.
Tengo bajo mis pies las silenciosas ruinas de las factorías de salazones
romanas y restos de un pasadizo del antiguo convento de los Descalzos, que
desamortizó Mendizábal. Mi planta es rectangular, con magníficas columnas
dóricas de 4 metros
de altura. En mi construcción, se siguieron los planos de Torcuato Benjumeda
(arquitecto de la Catedral nueva de Cádiz). Para los gaditanos soy “la
plaza".
En mi origen, yo era un recinto porticado con 72
puestos, y un amplio espacio central interior, que solía dedicarse además como
servicio para carga y descargas de carros y mercancías, a fiestas y
espectáculos, hasta que en 1928 Juan de Talavera construyó el pabellón central
para albergar los puestos de pescado. Estas instalaciones han desaparecido tras
mi rehabilitación finalizada en octubre de 2009. Creo que he ganado en belleza
y espacio.
La plaza porticada de abastos sin las
posteriores construcciones interiores. las mercancías se exponían, además de en
los puestos, en el suelo. Hoy el mercado ha sido profundamente renovado,
conservando la pureza de lo antiguo y añadiendo una moderna e higiénica
estructura central para el pescado, el género motor del mercado según los
asenstistas de los puestos.
Con las excavaciones de las obras –de casi tres
años de duración- aparecieron 17 esqueletos enterrados en fosa común, asociados
al primitivo convento de los franciscanos existente en el solar. También
apareció el tambor de una columna que podría ser romana, si bien esto no se ha
confirmado. Lo que sí es cierto es que los restos del viejo embarcadero de
Puerto Chico impidieron dotarme de aparcamientos subterráneos, como hubiera
sido deseable en un mercado del siglo XXI, que es lo que intento ser.
Terminada la
rehabilitación, cuento con 57 puestos de frutas y verduras, 54 de pescados y
mariscos, 44 de carne y recova, 7 de ultramarinos, 4 de pan y pastelería, 1 de
aceitunas, 1 de bolsas y papel, y 1 de artículos de pesca (imprescindible en
Cádiz). Además, tengo una cafetería situada en la primera planta de mi
edificio. Sobre el frontal superior de cada puesto, figura el nombre comercial
de cada minorista como marcas diferenciadoras, referencias de la antroponimia
mercantil gaditana.
Mi nueva apariencia me ha convertido en un
edificio abierto, que me proporciona más luminosidad y funcionalidad, de tal
modo que desde mi interior pueden contemplarse viviendas y torres miradores
cercanas, que realzan mi integración en el entorno.
Mi historia está unida inseparablemente a la de
Cádiz. He vivido su decadencia económica y comercial, varias monarquías,
dictaduras, la guerra civil, la posguerra con su escasez y racionamiento y el
renacer de los buenos tiempos del pleno empleo en la ciudad, a mediados del
siglo pasado. He recibido la visita de los habitantes de las poblaciones
cercanas, convirtiéndome en la referencia del buen pescado para la bahía. Y
sobre todo, he vivido de cerca mil historias de penas, alegrías, estrecheces,
deudas, picaresca, fidelidades y mucha soledad. Hoy me siento ninguneado por
los grandes centros comerciales.
Una vez rejuvenecida mi piedra ostionera y
resanadas mis paredes, sigo estando orgulloso de ofrecer con dignidad los
mejores productos de la provincia de Cádiz, de las manos de los más sabios
vendedores, los mejores profesionales, que continúan desarrollando la actividad
de varias generaciones como detallistas míos; de hecho a muchos de ellos los he
visto nacer. Pero hoy, solo quiero estar a la altura de un mercado del siglo
XXI, uniendo cultura (que lo soy), tradición y calidad, al servicio de los
gaditanos.
Y de mi popularidad da fe el tanguillo
interpretado por el coro de Los Anticuarios en 1905, cantando a una anterior
remodelación.
“A la Plaza de
Abastos de esta gran población/ Piensa el ayuntamiento hacerle una renovación./
Van a hacer una montera de cristales de colores/, Un terno de raso verde a todos
los vendedores/. Al suelo ponerle alfombras y a cada sacador/ Un sombrero de tres
picos, su levita y su bastón./ A los carniceros y recoveros van a vestirlos de
terciopelo/ Y a los que ponen los batillos los vestirán de carne membrillo. / A
los que frien los churros para que estén elegantes / Calzones cortos de seda,
sombrero de copa y guantes./ Y al cobrador de la renta le pondremos un
pararrayos / Y unos zapatos de orillo porque le duelen mucho los callos”. (Texto: Charo Barrios).
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