lunes, 29 de septiembre de 2014

La Plaza de Abastos



Nací en 1837, gracias al arquitecto Juan Daura. Tengo bajo mis pies las silenciosas ruinas de las factorías de salazones romanas y restos de un pasadizo del antiguo convento de los Descalzos, que desamortizó Mendizábal. Mi planta es rectangular, con magníficas columnas dóricas de 4 metros de altura. En mi construcción, se siguieron los planos de Torcuato Benjumeda (arquitecto de la Catedral nueva de Cádiz). Para los gaditanos soy “la plaza".
 
En mi origen, yo era un recinto porticado con 72 puestos, y un amplio espacio central interior, que solía dedicarse además como servicio para carga y descargas de carros y mercancías, a fiestas y espectáculos, hasta que en 1928 Juan de Talavera construyó el pabellón central para albergar los puestos de pescado. Estas instalaciones han desaparecido tras mi rehabilitación finalizada en octubre de 2009. Creo que he ganado en belleza y espacio.



La plaza porticada de abastos sin las posteriores construcciones interiores. las mercancías se exponían, además de en los puestos, en el suelo. Hoy el mercado ha sido profundamente renovado, conservando la pureza de lo antiguo y añadiendo una moderna e higiénica estructura central para el pescado, el género motor del mercado según los asenstistas de los puestos.

Con las excavaciones de las obras –de casi tres años de duración- aparecieron 17 esqueletos enterrados en fosa común, asociados al primitivo convento de los franciscanos existente en el solar. También apareció el tambor de una columna que podría ser romana, si bien esto no se ha confirmado. Lo que sí es cierto es que los restos del viejo embarcadero de Puerto Chico impidieron dotarme de aparcamientos subterráneos, como hubiera sido deseable en un mercado del siglo XXI, que es lo que intento ser.

Terminada la rehabilitación, cuento con 57 puestos de frutas y verduras, 54 de pescados y mariscos, 44 de carne y recova, 7 de ultramarinos, 4 de pan y pastelería, 1 de aceitunas, 1 de bolsas y papel, y 1 de artículos de pesca (imprescindible en Cádiz). Además, tengo una cafetería situada en la primera planta de mi edificio. Sobre el frontal superior de cada puesto, figura el nombre comercial de cada minorista como marcas diferenciadoras, referencias de la antroponimia mercantil gaditana.

Mi nueva apariencia me ha convertido en un edificio abierto, que me proporciona más luminosidad y funcionalidad, de tal modo que desde mi interior pueden contemplarse viviendas y torres miradores cercanas, que realzan mi integración en el entorno.

Mi historia está unida inseparablemente a la de Cádiz. He vivido su decadencia económica y comercial, varias monarquías, dictaduras, la guerra civil, la posguerra con su escasez y racionamiento y el renacer de los buenos tiempos del pleno empleo en la ciudad, a mediados del siglo pasado. He recibido la visita de los habitantes de las poblaciones cercanas, convirtiéndome en la referencia del buen pescado para la bahía. Y sobre todo, he vivido de cerca mil historias de penas, alegrías, estrecheces, deudas, picaresca, fidelidades y mucha soledad. Hoy me siento ninguneado por los grandes centros comerciales.



Una vez rejuvenecida mi piedra ostionera y resanadas mis paredes, sigo estando orgulloso de ofrecer con dignidad los mejores productos de la provincia de Cádiz, de las manos de los más sabios vendedores, los mejores profesionales, que continúan desarrollando la actividad de varias generaciones como detallistas míos; de hecho a muchos de ellos los he visto nacer. Pero hoy, solo quiero estar a la altura de un mercado del siglo XXI, uniendo cultura (que lo soy), tradición y calidad, al servicio de los gaditanos.

Y de mi popularidad da fe el tanguillo interpretado por el coro de Los Anticuarios en 1905, cantando a una anterior remodelación.



“A  la Plaza de Abastos de esta gran población/ Piensa el ayuntamiento hacerle una renovación./ Van a hacer una montera de cristales de colores/, Un terno de raso verde a todos los vendedores/. Al suelo ponerle alfombras y a cada sacador/ Un sombrero de tres picos, su levita y su bastón./ A los carniceros y recoveros van a vestirlos de terciopelo/ Y a los que ponen los batillos los vestirán de carne membrillo. / A los que frien los churros para que estén elegantes / Calzones cortos de seda, sombrero de copa y guantes./ Y al cobrador de la renta le pondremos un pararrayos / Y unos zapatos de orillo porque le duelen mucho los callos”. (Texto: Charo Barrios).